Prefacio a la manera de prepucio
Por Fernando Guinard
Los momentos de felicidad y éxtasis cuando el hombre flota
en las aguas tranquilas y dulces del amor, la ausencia y nostalgia cuando lo
deseado no ha llegado o ya se ha ido, las miradas perdidas, las líneas
sensuales, las formas voluptuosas, los colores excitantes, los gemidos de los
alientos, los gritos de placer, los sudores en la batalla de los amantes, la
realidad y la fantasía, son la piedra angular de este divertimento dedicado al
hombre erótico y a los amantes estéticos.En el ámbito mundano, algunos hombres
gozan viendo a las muchachas desnudas en el río o en la cama de sus maridos;
otros disfrutan mirando calendarios y actuaciones eróticas de hembras
apetitosas; y otros se deleitan observando las formas voluptuosas de Amparo, en
la pintura de Fernando Botero. Todos estos mirones son los hombres caimán en
que nos convertimos cuando miramos unos cuerpos desnudos que estimulan los
besos, los abrazos y gestos de los enamorados que disfrutan las palabras
ambiguas y los lamentos frenéticos perdidos en la algarabía del clímax.
El hombre erótico, incestuoso, infiel, zoofílico,
sudoroso, hijo de dioses y semidiosas, ha trascendido el moho del espacio y las
bacterias del tiempo. La Venus de Willendorf, tallada en piedra en el
paleolítico, regordeta, mofletuda y anónima, todavía muestra sus encantos en el
Museo de Historia Natural de Viena.
Hace dos milenios y medio, las orgías representadas en copas
y vasos griegos harían colorear a la pálida Cicciolina, reina de la sicalipsis
parlamentaria.
La Venus Tumaco, descabezada y amputada de los brazos y una
de las piernas, con el transcurso de los años se transformaría en La Patasola,
que todavía anda en las selvas y los ríos, riendo a carcajadas, envenenando
cosechas y almas descarriadas.
El Espíritu Erótico es un concubinato simbiótico o unión
libre entre la plástica, la poesía colombiana y la poesía de otras geografías y
épocas. Recoge en sus páginas, en una actitud promiscua, la pluralidad
estilística y la diversidad ideológica de seres que han compartido en una
religiosidad cósmica, los sueños de la razón y la emoción. Es un recorrido
visual y verbal que reúne lo disperso en el espacio y en el tiempo en torno a
un tema: el erotismo, mezcla explosiva de pasión y locura, de calma, emoción y
desespero que siempre ha estado presente en las leyendas de la creación del
hombre, contadas por los juglares de los fríos amaneceres cundiboyacenses, por
los cantores de los cálidos y helados aires mediterráneos y por los apóstoles
de los desiertos hirvientes y bíblicos del Medio Oriente.
"Es preferible tirar para amar que tirar a matar",
le decía al oído la diosa Chía a su hijo Chiíta, mientras este bramaba de
placer y sembraba en el vientre incestuoso la semilla de la humanidad. Por la
misma época, en otras tierras, Zeus, el padre, el propio en la mitología
griega, llevaba una rutinaria vida marital con su hermana Hera, la diosa del
matrimonio. Pasado un tiempo prudencial, Zeus, aburrido, voló a enamorar a
otras muchachas. A Europa la sedujo transfigurado en toro y a Leda la poseyó
transformado en cisne. El incesto, como Chía, la infidelidad, el camuflaje y la
zoofilia, fueron sus grandes legados a la humanidad.
Adán y Eva en el lejano paraíso, desnudos e inocentes,
también se dejaron tentar por el demonio de la carne; éste, disfrazado de
serpiente, los enculebró con su creador, los indujo a probar los frutos del
amor prohibido y debido a la ausencia de un culebrero que los rezara y les
quitara el maleficio los expulsaron del jardín de la felicidad, condenados a
sudar por toda la eternidad. Parieron a Caín y Abel.
En la región norte del Perú, entre el cuatrocientos y el
ochocientos de la era cristiana, la cultura Moche o Mochica, representó en
cerámicas escultóricas una rica y variada gimnasia coital. Descomunales falos
penetran inocentes doncellas y mancebos. La locura total. En la Colombia
prehispánica, los orfebres, escultores y ceramistas Taironas, Sinúes, Muiscas, Quimbayas,
Calimas, Agustinianos y Tumacos, representaron escenas lúbricas. El
antropólogo, investigador y profesor universitario Álvaro Chaves Mendoza,
presenta y analiza las actitudes de los antepasados precolombinos.
El trasplante de la cultura conquistadora castró todo tipo
de manifestación plástica erótica. Cundió la mojigatería. Baltasar Vargas y
Gaspar de Figueroa, realizaron los únicos destapes en cuatro centurias. En el
siglo XVII, le bajaron la blusa a Santa Bárbara bendita, exhibieron su teta
derecha y la cercenaron con el filo de la espada del verdugo. Un hilillo de
sangre en forma de media luna quedo surcando su pecho.
En 1899, Epifanio Garay, bogotano, pintor y retratista de
la república fósil presentó al público su pintura "La mujer del Levita
Efraín". Fue el primer desnudo que debutó en sociedad; las personas que
tuvieron la osadía de mirarlo lo hicieron bajo su propia responsabilidad.
Se escandalizaron con la teatral escena, protestaron contra
el pintor y su pintura, en público, en el atrio de la catedral, en privado en
las piezas de sus amantes.
Andrés de Santamaría fue el primer artista colombiano que
rompió con la academia, desvistió a las modelos en la escuela de Bellas Artes
de Bogotá y las pintó en orgías de luz que cubrían sus cuerpos desnudos. En el
mismo ámbito, pero en otro cuento, Francisco Cano, Miguel Díaz Vargas, Domingo
Moreno Otero, Efraím Martínez y José Rodríguez Acevedo, en compañía de los
escultores Marco Tobón y Roberto Henao Buriticá, representaron la desnudez
académica. Eran recreos inocentes.
A principios de la década del treinta, tres paisas, el
santandereano Luis Alberto Acuña y el escultor boyacense Rómulo Rozo,
rompieron, como Santa María, con la academia, dieron mal ejemplo a sus paisanos
y sedujeron a sus modelos. En 1938, Ignacio Gómez Jaramillo descubrió en el
Capitolio Nacional los frescos "La liberación de los Esclavos" y
"La Insurrección de los Comuneros".
Años más tarde, por orden de Laureano Gómez, los frescos
fueron cubiertos por unas vulgares láminas de zinc que pretendían callar los
ecos de la liberación y la insurrección. Después de muchos años los estudiantes
de la Universidad Nacional marcharon por las calles protestando por semejante
exabrupto y destaparon el velo púdico de la ignorancia y la afrenta. El Club
Unión de Medellín expuso en 1939, las obras sensuales de Ignacio Gómez
Jaramillo y Débora Arango, motivo inmediato de escándalo. A la exposición sólo
podían entrar los señores. Algunas señoras que se colaron a mirar estos
desnudos, fueron excomulgadas a la velocidad del relámpago.
Pedro Nel Gómez, por su parte, rindió homenaje al cuerpo
humano y al pueblo; los retrató en su completa desnudez y en su ambiente de
luchas, fábulas y amores. Los mitos de la jungla, enriquecidos por las
versiones de los cantores del cuento y la leyenda, reencarnaron el espíritu de
Santa Bárbara en La Patasola. El espíritu de Bárbara, despechado y gimiente, se
encontraba vagando por las selvas y los ríos. La Patasola, pechisola también,
se hizo famosa por expresar a gritos su deseo de acostarse con cualquier minero
en la oscuridad de los bosques, donde además seducía niños y vírgenes, y les
chupaba todo, hasta la sangre. La Drácula criolla y su marido el Mohán se
cuentan entre algunos de los mitos revividos por la pintura de Pedro Nel Gómez.
Anarquista primero y místico después, Carlos Correa ganó en
1942 el Salón Nacional de Artistas. Su cuadro "La Anunciación"
representaba a una mujer morena, desnuda, preñada, echada y atravesada por los
rayos de luz que se filtraban por los vitrales de una iglesia. Sin embargo, de
manera arbitraria, el fallo del jurado calificador fue anulado por el gobierno.
Estos paisas, con Acuña y Rómulo Rozo, empelotaron,
retrataron y humanizaron a la diosa del amor, la chicha y los placeres en la
Mitología Muisca: Chía o Bachué.
Paisa también, Débora Arango, rebelde, anticlerical y
anticonservadora, de mente agil y ponzoñosa, fue calificada por Laureano Gómez
-a propósito de la mencionada exposición del Club Unión de Medellín- como la
representante pornográfica de la administración Santos. Siguió sin embargo,
mostrando sus urticantes cuadros y luego se recluyó en el anonimato hasta la
década del ochenta cuando fue resucitada y reconocida por los buenos oficios de
sus amigos. Carlos Granada y Alberto Suárez revivieron la pintura de Darío
Jiménez. El pintor maldito como él se autocalificaba, dio vida en el yute a
bacanales con mirones a bordo, que buscando a Baudelaire encontraron a Rimbaud.
El Big Bang o la gran explosión de la plástica colombiana,
cuyo destello inicial ya hemos sugerido, se expande con tres importantes
artistas contemporáneos.Alejandro Obregón, Edgar Negret y Enrique Grau. Este
último ha plasmado la belleza del cuerpo masculino en dibujos de muchachos,
bellos y musculosos que viajan con placidez y flaccidez por la nostalgia y el
recuerdo.Negret dibujó al hombre en sus años de juventud. Y Obregón a quien no
le gusta pintar gente, desnudó a la diosa Bachué, mostró el sufrimiento y el
éxtasis de las violadas y ahora nos lleva al fantástico mundo de la mitología,
el fetiche y las muñecas. Su Minotauro, un volcán de lascivia con la fuerza de
un toro de lidia, juega muy alegre con una muñeca que se vuelve real y da a luz
a dos hermosos colores: el rosado sáfico y el azul penetrante.
Una de las más grandes figuras del Big Bang, Fernando
Botero, ha pintado la realidad colombiana y sus gentes. Magnificó el desnudo y
los raptos diabólicos, mostró la alcahuetería de los amantes y la
sirvengüencería de las muchachas que como Amparo, incendian los hoteles por
descuido después del cobro de sus honorarios profesionales. También se ha
retratado desnudo tapando con su paleta la zona impúdica, pero exhibiendo al
mundo la potencia de su riqueza expresiva impregnada de humor, sátira e ironía.
"El Movimiento Erótico" es el capítulo dedicado a
los artistas que se han sumergido con frecuencia en el tema. Es la lujuria en
su máxima expresión. Recién caída la dictadura, fue cerrada una exposición de
Carlos Granada en la biblioteca Luis Ángel Arango, por su carácter erótico.
Pero, en 1964, a pesar del impulso de liberación, la
Alcaldía de Bogotá canceló otra exposición de Granada, quien pensaba mostrar
sus cuadros en el hoy llamado Parque de la Independencia.
La sociedad estrecha e himenoplástica, se conmueve con el
advenimiento del nadaísmo como movimiento intelectual y del hippismo como
movimiento generacional, y hereda sus secuelas de libertad, paz, amor, droga,
sexo y rock and roll.
Estudiaba entonces con los jesuitas y desperté de un largo
letargo un día que el maestro de Religión hablaba ex-cathedra. Besar es pecado,
decía entre otras cosas raras e inentendibles. Cuando salimos al recreo y
comentábamos las barrabasadas escuchadas, el tema de la masturbación entró en
escena.
"El que niega la paja niega la madre", dijo uno.
"Al que se hace la paja le sale un pelo en la palma de
la mano" expresó otro. Todos nos miramos la palma de la mano: como cosa
curiosa yo era el único sin pelo. Mi palidez inmediata y mi coloreada pena
fueron un instante larguísimo.Por la noche, en la soledad de mi cuarto de
interno, el sexto a la izquierda de una hilera interminable de celdas
pent-house con vista a los nevados, perdí mi inocencia.
Mientras repasaba los apuntes de Religión, lo saqué, lo
acaricié, se creció con rapidez y gracias a Marisol, desnuda y dispuesta en mi
mente, de pronto, sin dar espera, un misil voló hacia el techo. El cuarto tenía
una cama, un armario, una mesita para estudiar, un asiento y un cielo raso como
de cuatro metros de altura. El líquido vivificante comenzó a escurrirse en
forma de estalactita sobre mis apuntes, pero eso no era lo más grave: había que
limpiar la mancha. Ni siquiera con la ayuda de una escoba y una toalla
humedecida y parado sobre la mesa, el asiento y un tarro de galletas, logre
alcanzarla. En ese momento decidí no confesarme más. Me imagine la romería de
gente corroborando la potencia de tantos años de inocencia. En la década del
setenta la locura era inminente. Eduardo Serrano, director de la Galería
Belarca, expuso a Luis Caballero y Darío Morales y organizó la primera
exposición erótica en Colombia con la participación de más de treinta artistas.
Las puertas de las casas se abrieron y penetraron en ellas
las expresiones de avanzada. En las salas de espera se colgaron escenas de
placer que hace posible el coito con los ausentes.
La onanista de Leonel Góngora acordándose de sus picardías
se masturba de una manera desgarradora y expele un aroma para atraparlo en un
perfume. Góngora, el artista colombiano que más ha viajado por el erotismo,
primero en México y luego en Estados Unidos, recreó el tema con avidez, pasando
por los espacios ambientales que penetraron el lado oculto, onírico y erótico
de la María de Isaacs, hasta llegar a las pasiones perversas y la bestialidad.
En los salones principales de las casas se exhibían los
elementos eróticos de Jim Amaral, fragmentados y ensamblados en un rompecabezas
semiótico y psicológico de la vida, pasión y muerte del hombre. Su masturbación
potente y vaporosa es surrealista. En los dormitorios, en lugar del Sagrado
Corazón, lucían el color y el paisaje sodomita de Ángel Loochkartt. En las
alcobas, las niñas, en lugar de alumbrar la virgen de Chiquinquirá, rendían
culto a las vírgenes de Augusto Rendón, dispuestas a recibir, falo en bandeja,
los secretos del amor bisexual.
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